¿El lunes?¿Un regalo?¿Qué regalo podía hacerle? Tenía que comprárselo hoy mismo porque el domingo estaría todo cerrado y además yo iba a pasar el día fuera de Barcelona, en la vieja casa familiar de mis padres. Estarían todos y me había comprometido hacia más de tres semanas. No me apetecía nada, pero a mi madre le sentaría fatal que no fuera. Recuerdo que estuve sopesando varias excusas, pero ninguna me parecía buena. No podía llamarle y decir simplemente que estaba agobiado porque lo único que tenía en mente era qué pasaría el lunes y que tenía que comprar un regalo…¿qué regalo?…ufff, y tengo que escribir el artículo para el miércoles; voy justísimo de dinero…y qué quería decir con que nos veríamos el lunes, ¿cuándo?¿para cenar de nuevo? el lunes tengo muchas clases; ni siquiera tengo la clase de las nueve preparada…y ¿qué regalo le hago? No, no… llamaría a mamá e iría a pasar el día al campo. Debía espabilar para comprar el regalo hoy mismo.

Me arreglé lo mínimo antes de salir. Lo mejor sería coger el metro. Vivo a un tiro de piedra de las tiendas del centro, pero no estaba ni para andar cuatro manzanas del Ensanche. El aire cálido de la calle me recibió con un puñetazo de bochorno. Esperaba que al salir se me aclarara la densidad que me obnubilaba el pensamiento y que con eso disminuyera la inquietud, cronificada desde el viernes por la noche. Era como llevar un termómetro de mercurio balanceándose en el interior de la cabeza…¡y Barcelona estaba bulliciosa! Me entraron nauseas. Medio mareado bajé los escalones del metro y ya advertí que había aglomeraciones. Lo peor que me podía pasar. Por un lado sabía que no me había duchado; no tuve fuerzas para hacerlo después de la performance que María había montado conmigo.  Por el otro, la cercanía con tantas mujeres… Mi piel estaba demasiado receptiva. Y me di asco. ¡María que has hecho conmigo! Eso se estaba convirtiendo ya en una letanía para mí. Las letanías no dejan de ser oraciones y contienen sus virtudes. Invocó el recuerdo de María, lo guapa que estaba el viernes; Convoqué en mi imaginación retazos de su porte, su elegancia -natural y artificiosa a un tiempo-, su belleza y ese modo de superioridad suya tan especial. El ánimo empezó a variar. El deseo de estar a su altura me repuso y dejé de mirar a mi alrededor. Era como si a la vez que María me hundía en un pozo, me estuviera mejorando… No te pases chaval, no te dejes llevar, tú sabes que eso solo son recovecos, residuos de amor romántico…algo estrictamente cultural. Tú disfruta de esto, cómprale un regalo, puedes ahondar en tu fantasía sexual, al fin y al cabo, eres un intelectual, me dije. Sí, disfrútalo y protégete, aún estás a tiempo. Tienes suerte, es una mujer muy especial. Disfruta de su encanto…no todos tienen la suerte de empezar un juego tan especial con una chica como ella. Mi novia….no sé, tú sumérgete, eres un intelectual, tienes derecho a indagar; nada pasa si de vez en cuando te bajas a los infiernos y te abandonas. Puedes rebajarte, saldrás a flote, eres un intelectual, estás preparado para esto…¿mi novia? Tienes delante un lindo juego con esa niña sofisticada, es porque te lo mereces, tú no te escondes y ella lo vio, tú disfruta…

En la calmada mar de estos pensamientos me di permiso para disfrutar. Hacía un día primaveral precioso. María…pobre niña pobre; solo una muchacha desvalida, una niña fiera, sedienta de vida mejor, nacida mejor que sus orígenes. ¿Mi novia? Ya se verá, ¿Por qué no?

Me  había aislado por completo de los turistas que tenía que sortear en las calles comerciales del centro. Deambulé viendo escaparates. Tú disfruta, sigue el juego, piensa qué le vas a comprar. No podía ser una pieza ropa. Eso es algo que debe escoger ella. Tal vez se trataba solo de llevarle un detalle. Lo normal, unas flores…algo así. No, no te pases, mojigato. Quizá un libro sería un buen detalle, un detalle diferente -seguro que no estaba acostumbrada a que los hombres se los regalasen, y además había dejado entrever una cierta melancolía cuando en el restaurante me dijo aquello de que era lista, pero que yo le daría todo eso que ella no tenía-. Sería como hacerle un guiño, un reconocimiento, como si diera por supuesto que lee.  No era mala idea, pero me percaté que era una arma de doble filo. Tal vez pensaría que quería instruirla. No, ni hablar, eso sería nefasto, la ofendería. Entonces doblé la esquina del Paseo de Gracia y casi me di de bruces con una zapatería. ¡Claro! ¡Cómo podía ser tan estúpido, unos zapatos! Ahí sí me atrevía a acertar con sus gustos. Pero no sabía su número de calzado. Tenía los pies pequeños…¿pero? Decidí llamarla para preguntárselo. Mi sorpresa fue que me contestase a la primera. «Hola, X. ¿dime?». Me sorprendió de nuevo al llamarme por el nombre. No sé por qué, puesto que ella tenía mi número y ya nos habíamos comunicado de todas las formas posibles con el móvil. Probablemente fuera su tono de voz, inusualmente dulce…niña fiera y dulce. En ese momento tuve en flash: la vida de María sin mí. Solo fue un instante. La había atrapado en el transcurrir de su vida al margen de mí, del club, de todo eso. Me sentí un poco tonto. Bastante tonto. Sentí cariño. Supongo que hice un silencio demasiado largo, y para ella también fue un instante: «¿Qué quieres?» me dijo, levantando ya un poco más la voz. «Solo quería preguntarte qué número de pie calzas?».

-Un 37- contestó con sequedad. Guardó otro breve silencio. Debía ponerse en la situación, regresar de ese otro mundo- Pero si estás pensando en regalarme unos zapatos creo que deberías ser más original. En el fondo sabes que los zapatos ahora serían un regalo para ti, y yo quiero que me hagas un obsequio a mí, ¿entiendes eso?

-Tienes razón, discúlpame- admití.

-Tampoco tienes que disculparte siempre, mi niño- repuso ella -La verdad es que a cualquier chica le encanta que le regalen unos buenos tacones, pero ahora quiero otra cosa. Y además, para el lunes ya sé que calzado me pondré para que salgamos a bailar.

-¿A bailar?… Yo pensé que volveríamos a cenar o, no sé, tomar un café…yo tengo clase por la mañana el martes muy temprano,- Añadí  -y no sé si el lunes se puede salir a bailar fácilmente en Barcelona, todas las discotecas estarán cerradas.

-Mira que eres bobo, ¡hay que ver lo aburrido que puedes  llegar a ser, profesor! Claro que se puede salir a bailar, ni te imaginas… y quiero divertirme. El lunes por la noche nunca voy al club. Además, no puedo salir a cenar contigo, estaré ocupada. Pero recuerda que si me haces un bonito obsequio, te corresponderé con un regalito para ti- me dijo ella, ya mucho más en su tono.

¿Pero en qué estaría pensando cuando decía «obsequio»? Es un término muy ambiguo…y ¿qué significa que estará ocupada? ¿un regalo para mí? No me dejó tiempo para pensar en todas las preguntas que me asaltaron como consecuencia de ¡únicamente! cuatro palabras suyas. Y remató:

-¿A qué tienes muchas ganas de follarme, nene? Pues tú tráeme el regalo que el lunes finalmente dejaré que me folles, bueno…al menos dejaré que me folles un pelín -y se rió con un tono que percibí cariñoso, -y además seré buena contigo, te trataré con suavidad y te follaré lentamente, ¿podrás aguantar eso, pequeñín?¿serás capaz de hacer eso además de correrte en los calzoncillos?- concluyó entre risas ya abiertamente divertidas, aunque sin perder la coquetería sibilina que siempre proyectaba como una sombra que arrastrara su voz. A pesar de lo denigrante y mordaz del contenido, creí detectar más afectuosidad que burla en sus últimas palabras. La iba a tener. Respiré hondo de satisfacción y alivio, y levanté la cabeza hacia el cielo primaveral de Barcelona. El sol radiante de hacía poco menguaba y el día se iba encapotando. Cosas de la primavera, seguramente habría tormenta.

Así quedó la cosa antes de que decidiera pasar el resto del sábado en casa. Pensar que íbamos a follar me tranquilizó. Sí, me gustan los juegos y ser sumiso, pero hasta entonces la historia con María tal vez había sido excesiva. Claro que me daba algo de miedo no estar a la altura, pero ella había asegurado que me trataría con mimo. Así que aproveché la paz y el buen humor que me invadió para pasar la tarde trabajando en todo lo que tenía pendiente. Terminé el artículo en un santiamén. Dejé listas unas notas que me permitirían avanzar rápidamente un apartado de la tesis en que me había atascado. Así que antes de que cayera la noche, me tumbé reconfortado en el sofá, y la perspectiva de pasar un domingo en familia ya no me parecía tan grave. Aguantaría a mis cuñados, simularía alegrarme de ver a los críos, pero podría abrazar a mis hermanas y, sobretodo, a mamá. Luego, en la tranquilidad del campo, aprovecharía la tarde para acabar de pensar en las clases de la semana y en el regalo que le haría a María. Antes de prepárame algo de cena -no había almorzado- abrí las ventanas de la habitación para que entrará un poco de aire fresco y me asomé a respirar hondo con la misma sensación de bienestar que anteriormente. No había llovido, pero unos oscuros nubarrones se afianzaban. Tampoco llovería el domingo. Lo haría el lunes.

La jornada dominical transcurrió sin demasiados sobresaltos. A las nueve ya estaba en el Ampurdán. El cielo no mejoró, seguía amenazando pero la temperatura era agradable y finalmente pudimos poner la mesa en el exterior. Tras el café, me adormilé en una hamaca del porche espantando sobrinos como si fueran moscas y en mi duermevela barajé varias opciones que me agradaban para hacerle el «obsequio» a María. Soñé brevemente ¿A qué tienes muchas ganas de follarme, nene? estaré ocupada.

Desperté de un sobresalto y tras la siesta no tardé mucho en marchar. Fue de regreso a Barcelona, mientras iba del párquing a mi piso, que vi a dos turistas saliendo de un coqueto restaurante muy de moda a un par de esquinas de mi casa. ¡Ya está, era eso! Eso le regalaría a María. Hice cálculos en torno a mi paupérrima economía, pero qué carai, eso era un buen regalo para una novia. Y yo la quería como novia, tal cual ella había vaticinado. Ya se vería. Pero me fascinaba el juego que ella había propuesto. ¿A qué te gustaría tener una novia como yo? Me gustaba fantasear con aquello, y ¿por qué no? Tenía que hacerle un espléndido primer regalo. Un regalo para enamorar a una novia. Implicaría estrecharse el cinturón y además tirar de ahorros, pero era una idea genial…le pagaría un viaje, ¿Roma, tal vez? Sí, para ella y para una amiga, sí, qué se llevara a alguna amiga de acompañante. Sí, se lo pagaría a las dos.

Ahora, solo puedo avanzar que con el tiempo he especulado muchas  veces si no habría sido mejor regalarle el libro, ¿qué habría ocurrido de haberle llevado un simple ramo de rosas? No me pongo de acuerdo conmigo mismo sobre qué hubiera preferido yo. Creo que es lo que quieres y lo que mereces, había dicho ella. No sé. El caso es que tarde o temprano debía descargar la tormenta.

 

rt

(Continuará)

 

ab11

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