Cuando era pequeña, durante el verano, en la playa, me gustaba ver a mis primas mayores jugando con sus amigas. Era la época de los primeros bikinis de lazo. Ana María, una de las más guapas, tenía uno. Ella era rubia de melena lacia. La recuerdo ajustándose el bikini en el pecho y como tensaba el lazo en la cadera. Su risa limpia; la mirada de los jóvenes; las confidencias. Recuerdo como me vio envidiarla, yo me sonrojaba. Me arrugo su nariz. Yo quería ser ella. Ella lo sabía. De mayor tendría un bikini como el suyo. Ella tenía 16, y yo iba a cumplir 6.

Cuando tenía 16 años me martilleaba su recuerdo cada vez que llegaba el verano. Las revistas de adolescentes invitaban desde los quioscos a conocer las formulas del cuerpo 10, del bikini ajustado, de las  tangas. Recuerdo curiosear los quioscos y finalmente comprar. Aquella primera vez que a una quiosquera le reclame una revista de chicos. En mi ingenuidad suponía que entre sus páginas se harían confidencias de chicas sobre los chicos. No fue así. Era una revista hombres para los hombres. Fotos de hombres.

En la adolescencia se produce un momento en que muy dentro de ti, te dices las cosas. Hay una tarde en que dejas de mirarte el ombligo de tus deseos, de tu imagen. Y empiezas a mirar el ombligo de los otros, y reconoces que ombligos envidias y cuales deseas. Aquella revista no me hizo confidencias de chicas, pero me descubrió la imagen de los hombres. Nunca había sabido que los hombres eran viriles. Empecé a descubrir que sus hombros y sus espaldas me sugerían. Sus torsos me interesaban, y sus nalgas y entrepiernas me excitaban.

La segunda vez que me cruce con la quiosquera, sentí su risita condescendiente al comprar simplemente una revista de jovencitas adolescentes mientras curioseaba aquellas revistas de tíos. Escondí la revista en la carpeta. Escondí mi pecho bajo la carpeta. Y me alejé contoneando mis caderas.

La juventud trajo vellos y deseos. Repartía mis compras de prensa. En ocasiones, necesitaba envidiar el cuerpo de las modelos de las grandes revistas; muchas otras me contentaba deseando las fotografías de aquellos hombres hechos para otros hombres. Atesoraba los escasos relatos de aquellas que naciendo chicos cruzaron la barrera. Aquello era posible. Mi más preciado ajuar consistía en braguitas compradas o robadas.  La escapada a la Universidad me permitió el encuentro de mi identidad. No acabe los estudios. Si aprendí a maquillarme.

Travestí, travelo, transexual, chica-chico, maricona, perra, barragana, invertido, invertida, afeminado, nenita, putón, niñata, homosexual, gay, afeitada, mamapollas, rarito, rarita, mujer en cuerpo de hombre, prostituta, zorra y zorrón. Tantas cosas te dicen y te dices. Tantos nombres te humillan y excitan.

Recuerdo que una de mis primeras compras “libre”  fue un precioso bikini de flecos verdes. Sus tirantes del top se ajustaban y realzaban el pecho adolescente de 2 meses hormonas. Atrás quedó la hermana que me bautizo y ya iniciaba mis pasos en el mundo que un grupo importante iniciamos. Viví mi primer año trans en un pisito de Madrid junto a Lua, hermana ya experimentada. Nací en enero, en un año de nieves.

El espejo devolvía un rostro de niña haciéndose mujer, el cuerpo ambiguo se erizaba pidiendo carne. Las primeras semanas fueron difíciles. El espejo hablaba, relataba el recuerdo de un chico que fui, la jovencita inocente que se asomaba al mismo, y el augurio del putón verbenero que en ocasiones deseaba ser.  Aquel espejo era una súbita muerte y un placentero nacer. Con sufrimiento.

Me giraba y veía el culo, las nalgas redondeadas, elásticas, turgentes. El vientre liso, el pene escondido entre las piernas. A veces lo asomaba, las hormonas lo “acomplejaban”. Las caderas se conformaban con una cintura femenina. Morderse los labios y contemplar los pechos. Subía mis manos bajo mis pechos. No necesitaba, apretar y estirar la carne; simplemente, acariciar y subir. Las mamas, rebosaban ligeramente los dedos de mi mano. Sensibles. Coronando las mismas, la aureolas. El cambio más evidente. Su tejido creció y se hincho. Necesitaba tres dedos para cubrirlas. Y entre los dedos los pezones. Aureolas y pezones sensibles, botones duros excitados. Tocarme era calentarme. Buscar abrir mi flor a cualquier objeto penetrante, calmar la sed de la boca oliendo y chupando. Mamando. Costaba dominarse.  Lua se reía. Durante todo diciembre había crecido, pero en las navidades no hubo tiempo de contemplarse al espejo. Me escondía ante mi familia.

– serás puta.

–  Como tú lo fuiste.

– Calla y mama hasta que te calmes.

Callaba y empezaba comerle la polla. Yo por deseo y ella distraída. Dando lecciones, dejando pasar la tarde. Aquella tarde fue la última.

Tras follar salvajemente, me fui a la ducha.  Me mire al espejo nuevamente.

Un jovencito raro, ojos claros preciosos, el pecho de hembra, caderas de niña. Las piernas depiladas. Era extraña la imagen, el joven se fundía en un cuerpo de mujer que la cara y el vientre negaban. Escondí mi pito entre las piernas. La cara era el espejo del alma, y en mi caso me avergonzaba. Antes de entrar la ducha oí la llegada de Walki., travesti y peluquera del gremio. Entre en la ducha.

Mientras me enjabonaba, saboreaba mi nueva piel, depilada, suave, olorosa. Entraron en el baño.

–          Niña la Walki, te espera. Date prisa.

–          Voooy.

–          Mírate al espejo y dile adiós!

Salí de la ducha. Recuerdo el reloj. Eran las 6 de la tarde de un 8 enero. Los reyes llegaban tarde y llenos de regalo. Oro en pendiente, mirra en afeite, y carbón, mucho carbón para vicios.  Walki me esperaba con todos sus arreglos. Había mucho que hacer:

–          Mara , niña que no damos con to.

–          Voooy.

–          Si es que sois iguales todas. Cuando no os decidís, to rápido. Cuando la cosa está hecha sus paráis.

–          Que ya voy!

–          Niña, que tienes las uñas, perfilar cejas, el tinte, cortar y moldear, los aretes. Y vestirte.

Me puse una braguita blancas, un sujetador inocente a juego y un albornoz viejo.  Walki me sentó a la fuerza en una silla. A las espaldas una mesa con una palangana. Empezó las cejas.

–          Te perfilo solo.

–          Si no hace falta .

–          Lua deja que Walki me haga coño!

–          El que tú quieres!

–          Esta lo que quiere es pollas –sonrió Walkí-.

Opte por sacarles la lengua viciosa. Walki me cerro la boca y empezó a actuar con las pinzas. Trabajo 5 minutos. “Ahora el tinte”. Walki trabajaba rápido. Aplico el tinte y empezamos a esperar. Lua ojeaba una revista de peinados. Walki y yo fumábamos. Comentábamos.

–          Te veo bonita.

–          No se.

–          Mira niña. Te has metido las jeringas en el buen momento. Aun no desarrollaste.

–          ¿Y?

–          Que eso hace que la hormona te cambie a más. A mejor.

–          ¿más pecho?

–          Mas culo, más piel, menos pelo y el pecho eso no se sabe. Los huesos no los tenias cerrados. Eso te hace cambiar. Menos hombre y más hembra.

–          Pero el pito.

–          La polla la pierdes. Con los años y como lo lleves te crece algo. ¿te sigues corriendo?

–          Esta tarde si.

–          Serás guarra.

–          Envidia.

–          Como tu tengo las putas que quiero.

–          Menos.

El tinte actuó, Walki aclaro. Me fui a la ducha. “Niña corre y no te mires”. La hice caso. Al volver del baño, Walki ataco con unas tijeras, y maquinilla. Era profesional. Uso cepillo y secador. Durante la navidad en contra de mi familia me había dejado crecer media melena y volumen. Walki ahora le daba forma.

–          Tienes una buena mata.

–          Pero caspa.

–          Eso es por el cambio. En dos meses se pasa.

–          ¿cómo vas?

–          Espera que le de al secador. ¿Qué ves Lua?

–          La puta! Que cambio!

–          Esta pasa por hembra.

–          Las hembras no son tan zorras. Lleva el vicio en la cara.

–          ¿Cómo estoy?

–          Joder Mara, que tocando las cejas y dando volumen al pelo, estas de vicio.

–          Ay las manos de Walki.

–          Las manos y tus pechos! – me pellizcó Walki en el sostén.

La cara de sorpresa de Lua, me inquietaba. No sabia como estaba ni que pasaba. Mara asentía sorprendida y admirada. Llevábamos una hora exacta. Walki dejo los aperos de peluquera.

–          ¿Puedo verme?

–          Espera niña.

–          ¿A que?

–          En el precio va un maquillaje. Lua ponle los aretes.

Sentí los pendientes de aro colgando en mis orejas. Rozaban mi piel. Era una sensación que apenas había notado en el día anterior en que me perfore los lóbulos. Walki empezó a trabajar mi cara. Base, mascara. Pestañas, colorete suave y pinta labios.

–          ¿Puedo verme?

–          Joder Mara. Vístete antes!

Me puse unos levis 501 de pitillo. Dibujaban mis caderas con un cinturón pirata. El culo resaltaba. Me quite el sujetado y me puse una camisola barroca blanca, de escote abierto. Los pezones rozaban la tela suave y eléctrica. Walki sonreía. “puta y reputa”.

–          ¿Ya puedo?

–          Ve  al dormitorio –ordeno Luna-. Al espejo de cuerpo.

Fuimos las tres. Ante el espejo fue mirar y llorar. Me reconocí y no me reconocí. Ante mi el rostro perfecto de una teen americana. Cabecita rubia platino con corte a lo chico rebelde, encrespado. Los ojos verdes y llorosos. Pestañas perfiladas. Aretes de plata. Labios rojos. Camisola blanca y abierta. Pechos ligeros y aureolas grandes. Pezones duros erizados. Cinturón pirata. Vaqueros de pitillo marcando caderas y culo. Botines.

–          Esa camisola te va dar frio –dijo Walki-.

–          Y calor a los puteros –terció Lua-.

–          …

–          Di algo niña.

–          ….

–          Joder Walki que ahora se raja.

–          Esta que se va rajar!

–          Pues mírala como tonta.

Walki se me puso detrás. Note su cuerpo en mi espalda. Sus manos cogiéndome el culo. Masajeando la polla entre las piernas. Subieron a mis pechos. Los pellizcaron.  Me cogió de la mandíbula. Me giró. Me beso, La veía sonreír. Sentí su escupitajo en mis labios.

–          Yo te bautizo en el nombre de la Maricona, la puta y la más zorrona. ¿Cuál es tu nombre?

–          … Mara!

–          Pues Mara, dejaste al hombre y llegaste a la zorra.

–          Alabada sea la zorra –rio Lua-.

–          Sufrirás y gozaras. Pollas y chochos a todos tendrás.

 Walki y Lua volvieron a besarme. Yo estaba paralizada. Me despedía de todo. Celebraba todo. Estaba totalmente excitada.

–          Niña ahora cambiarte!

–          ¿Qué dices Lua?

–          Tu estas tonta, al Parque del Oeste no vas en vaqueros!

–          ¿Por?

–          Si te piden polla o chocho, mas te vale una mini! So maricona!

Me sonroje. Walki se reía. Tenía razón. “Te gusta marcar el culo, pero vas a trabajar”. Estaba avergonzada. Olvidaba el trabajo, la primera salida; la necesidad de dinero. Esa noche acompañaba a Lua al Parque del Oeste, a sacar algunos clientes.  “Niña la mini negra, el cinturón pirata y las botas altas!”. Lua tenía razón. Cogí la bolsa en que guardaba mi poco vestuario y saque la vestimenta. No sabría decir que podía más si el miedo al mundo que se abría o la curiosidad por el mismo me dominaban. Me vestí tropezando. Taconeando fui al espejo.

–          Coño!! La puta.

–          ¿Qué pasa ahora?

–          No niña. Mírate. Estas pa vicio.

Era verdad. El espejo reflejaba a una rubia rebelde provocativa y puta. Los ojos verdes maquillados y marcados, los labios rojos, los aretes. La camisola blanca, el pliegue de los pechos. Ceñida por el cinturón ancho. Bajo el cinturón, las caderas resaltando, enfundadas en una mini negra de escándalo. Las medias. Las botas altas por encima de la rodilla. Tacones de vértigo.

–          ¿Cuánto? –tercio Walki.

–          Tres mil el francés, siete el completo.

–          Ya quisieras…

–          Si tienes entra, sino deja pasar!

–          Mira la niña! Si es que la tengo enseña! –se reía Luna-.

Luna se arreglo rápido. Me hizo pedir un taxi. Era raro llamar como travesti. Era la primera vez. Suavizaba mi voz. Walki sonreía. Salimos a la calle juntas. Hacía frio. Llevaba solo una cazadora negra y la camisola. El taxista noto rápido nuestra pinta de guerrilleras.

–          ¿Casa de Campo?

–          No al Parque del Oeste.

–          OK.

Luna y Walki me dejaban a mi hablar. Se meaban. Yo estaba hecha un flan. No era la primera vez que salía a la calle vestida de mujer. Si era la primera y definitiva vez que salía como travelo a trabajar. Llegamos pronto al Parque del Oeste. Walki nos dejo. No es el momento de narrar aquí los primeros consejos de Lua. Son para otro relato. Si recuerdo bien el primer trabajo.

Tras saludar a algunas compañeras y presentarnos, Lua y yo buscamos un lateral cerca de un semáforo. Lua cabrona, me dejo a mi cerca del paso de cebra. Nos separamos unos metros. Y a esperar, moverse y enseñar carne. Yo temblaba en algún momento. Me tensaba por no parecer aprendiz. Los coches pasaban, algunos frenaban un poco.  Yo caminaba por la lateral, nerviosa. A quince metros Lua se meaban. Pasaban los coches y marcaba posición. Mostrar piernas, erguirse. Me temblaba todo y deseaba todo.

En cuarenta minutos un mercedes grande y viejo freno en seco. Me acerque. Saboree mis pasos con los tacones. El cliente bajo la ventanilla. Pude ver a un hombre de algo más de 60 años. Me asome a la ventana con una sonrisa inocente e ingenua.

–          ¿Cuánto?

–          Tres el francés y siete el completo.

–          ¿Preservativo?

–          Si

–          ¿Cómo te llamas?

–          Mara!

–          Súbete para un francés.

La puerta se abrió y subí. Sentí la calefacción del coche y el calor de mi sonrojo. Era el primer cliente de calle como travestí. Por el espejo vi a Lua despedirse. Apenas oía al cliente. Asentía. De repente recordé. “¿Me pagas?” …

–          Eso decía que cojas el dinero niña.

Guardé el dinero en el bolso y sentí rápido sus manos en mis pechos. Conducía con la izquierda mientras la derecha me sobaba. Los pechos, las piernas, mi paquete. Conducía rápido. La bragueta la llevaba baja. “Anda agáchate y mama”. No se porque me sentía estúpidamente feliz. Un hombre conducía y llevaba mi cabeza hacía su polla. La vi limpia. Olí su virilidad y me excite. Me puse a trabajar. El me sobaba y yo mamaba. Me pellizcaba los pezones. Tiraba de ellos. Yo trempaba. Adivino rápido, “venga niña, si está de estreno te premio”. Yo mamaba excitada. Juan dijo llamarse. Jadeaba sin parar. Yo me sentía puta y feliz. Le daba placer. Me excitaba. Los temblores de la espera ya no los tenía. Los cristales empañados. Reclino los asientos. Busco mi pene. Lo noto pequeño y erecto. “Joder lo que te gusta niña!”. No podía negarlo. Seguía mamando. Su olor me excitaba. La pose no era fácil. Los pezones duros respondían a los pellizcos. Me sentía en el papel. Mi olor de hembra y su olor de macho. Resultaba curiosa la mezcla del sabor de polla aderezada por el pintalabios. Me gustaba. Sentía sus manos en mi culo, y me enervo aún más. Necesitaba un buen rabo ahí detrás. No parecía que el lo fuera dar.

“Me voy a correr”. Corrí el riesgo y no me aparte. Sentí su lefa en mi boca. Salada. Con la lengua la saboreé en el labio y trague. “¿Cómo dices que te llamas?”

–          Mara.

–          Eres viciosa.

–          …

–          Me gustas. Si te cuidas nos veremos!

La vuelta fue anodina. Llegamos a mi puesto. Lua no estaba. Un besito de despedida y me apee. Cerré la puerta. De repente me sentí caminando más entera. Lua no estaba. No importaba. Paró otro coche. Lua bajo. Con las manos me hizo gestos. Le hice la señal del Ok. Paro otro coche. Me acerque decidida.

–          ¿Cuánto?

–          Tres el francés y siete el completo.

–          ¿Preservativo?

–          Si

–          ¿Cómo te llamas?

–          Mara!

–          Súbete pa que me folles.

 Mientras me montaba en este segundo coche, sonreía. No era felicidad, era vicio.


 

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