Relato con las experiencias que fueron marcando mi orientación transgenero. Culmina con mi primera experiencia sexual.

Cuando era una niña de 6 años coleccionaba pequeños poster de mujeres en bañador. La hija adolescente del portero jugaba conmigo y me pintaba las uñas y también me pintaba los labios.

Cuando era una niña de 7 años fantaseaba ante las chicas que bailaban en los shows de televisión. Quería bailar como ellas bailaban, quería sentir como ellas vestían. Alguna cosa me faltaba para jugar en el mundo de mi madre. En verano me escondía en el cuarto de mis primas mayores, oliendo y deseando participar en el rito de la depilación a la cera. En invierno mientras mi padre y mi hermano veían el fútbol en las noches del domingo yo era rechazada por mi madre en los quehaceres de la plancha.

Cuando era una niña de 8 años descubrí en una revista la historia de un hombre que se convirtió en peluquera con pechos. Descubrí como era violentada por el marido de su patrona. Descubrí como era postergada por ser hombre con pechos y apariencia de mujer. Aun recuerdo el dibujo de aquella mujer en su treintena de melena rubia recogida.

Cuando era una niña de 10 años, espiaba en el cajón de una compañera del colegio una revista de preadolescentes en que se anticipaba el crecimiento del pecho y como se podía hacer el amor a los hombres. En alguna otra revista relataba la historia de chicos en un colegio a los que comenzó a crecerle el pecho.

Cuando era un chico de 11 años ingrese en el equipo de atletismo. En los viajes a los pruebas, dormitaba las ventajas de mis compañeras de equipo sin tener que someterse al esfuerzo de ser aceptadas, sabiéndose dueñas de la situación ante los chicos. Envidiaba sus mallas ceñidas, y sus bragas atléticas. ¿No sería más feliz ingresando en su equipo?

Dos años más tarde me ingresaron en un internado mixto por mis expectativas como atleta. Cuando era una niña de 13 me avergonzaba mi cuerpo lampiño ante aquellos chavales tan hombres y tan chulos.

Con 14 años en un juego de chavales asaltamos el vestuario solitario de las chicas en busca de fetiches. Recuerdo haberme duchado usando sus geles. Recuerdo sentir que yo podía ser la mejor amiga de Olga, la preadolescente púber más atractiva de las chicas. Recuerdo las confidencias de mis compañeros de cuarto, como se masturbaban. Una noche de invierno, me hice un hombrecito al masturbarme durante media hora. El truco era en pensar que hacerles a las chicas, en besarlas y meterles mano. Compartir y fisgonear el primer playboy más que usado. La edición del 25 anniversario. Aquellas chicas «podían ser nuestras» decían los mas machos. Aquellas chicas eran mi modelo de ser fantaseaba en mis noches agitadas.

Avanzado el curso de mis 14 años, nerviosa y sonrojada pude robar unas braguitas negras y olvidadas en la lavandería. Pude vestírmelas y rezar para que mi entrenador descubriese en mi interior que yo necesitaba una entrenadora. En esos mismos días los chicos robaron otras braguitas de las chicas. Se las ponían y reían, se chuleaban. Cuando dejaron el juego, por la noche baje a los vestuarios, buscando aquella prenda. Yo si sabía vestirlas.

Cuando era un adolescente de 15 años, un compañero ambiguo me enseño a peinarme y hacer mi peinado más atractivo. Deslumbre a las chicas. Un par de días después pude entrar sola en le vestuario de las chicas y apropiarme de las bragas de atletismo de Olga. El espejo me devolvía unas nalgas femeninas. Un par de meses después, mi entrenador, y mis compañeros rumoreaban de mí. ¿Tenía aún el cuerpo de un niño? ¿Por que algo de mi fisiología no parecía hacerse masculino? ¿Qué andaba frenándolo?

En aquel de ambiente de machos en celo, los rumores decían que los cadetes violaban a los júnior recién incorporados haciéndoles mamársela. Mis compañeros de habitación se medían sus penes flácidos y empalmados. De cuatro yo quedaba en tercer lugar. Mis compañeros de habitación eran campeones en el internado, 24 y 22 centímetros. La mía medía 17. .Por la noche mientras buscábamos nuestros sueños me preguntaba como sería dormir boca abajo sintiendo el pecho mecerse; en la fantasía escondía mi pene entre las piernas y rezaba a la Virgen por su transformación. En la primavera de mis quince años, mis compañeros de habitación quisieron probar mi boca con sus pollas. Me libre por los pelos. Aun hoy fantaseo de lo que pudo ser y no fue.

Cuando avanzaba en los 16 años un reportaje de la prensa local, mostraba en sus chandals y sus mallas al equipo de promesas masculino ¿Quién era aquella chica de pelo corto, con caderas pronunciadas? Mis compañeros reían inocentes la gracia. Yo internamente agradecía al buen Dios dejarme ver con la apariencia de una chica. Una amiga de 17 percibió mi deseo. Por la tarde paseamos juntas. No dijimos nada, pero las dos sabíamos que éramos dos chicas compartiendo confidencias. En el verano, en la playa sentí la llamada del sexo. En un viaje a la playa fascine a un prima mía, ella me fascinaba a mi. Recuerdo robarle sus bañadores y su ropa. Vestir en la noche, en la penumbra del cuarto de baño.

 

Cuando me acercaba a los 17 años me hcieron dejar y «dejé» el atletismo de elite.

Me llamo Mara.

 

Aun siento como fui forzada por mis padres a abandonar el atletismo por los estudios. Volver a mi ciudad y recuperar viejas amistades; salir sola por las noches a ver películas «S» en los que yo jugaba a ser la hermanita de la protagonista. Envidiar a las compañeras de «Bo Derek» por convivir con ella. Una noche quise ser el hombre de esas películas y me acosté con una vieja prostituta. No encontré nada. ¿Qué es lo que excitaba a todos los compañeros? ¿Cómo lo vivían mis amigas?

Deseaba saberlo, y algunas mujeres sabían que lo deseaba. Mi vecina de 17 años «Miss Puerta del Atlántico» me lo revelo una tarde solitaria de carnavales. En su casa, me incito a desear su cuerpo rotundo. Se reía revelándome la existencia de fotos suyas desnuda, mi torpe deseo de verlas, dio paso a caer en su trampa. Adivino lo que ella intuía; yo no la deseaba, yo deseaba su cuerpo. Se reía en mi cara. Me sentía humillada. Pero su aire provocativo sus poses incitándome a imitarla, revelaron todo mi anhelo. Una tarde me había espiado volviendo del instituto, en los callejones solitarios yo recogía la carpeta del instituto sobre mi pecho y andaba buscando marcar mis caderas.

Una mañana de invierno los compañeros de instituto descubrieron un anuncio de travestís en la prensa local. Aun siento aquellas conversaciones pseudocientificas en que ellos se definían machos heterosexuales y no comprendían que una Maricona se hiciese mujer ¿era realmente mujer? ¿Era una Maricona muy Maricona? Yo memorice el teléfono de «Amber». Me asustaban las mariconas que en ocasiones había visto en la calle. ¿Por qué alguna se paraba en la calle y me llamaba «niña»? ¿Por qué no me ofendía?

Una mañana marque su teléfono para pedir trabajo como chico de compañía. Tenía 17 años y 6 meses. Amber quiso verme. Con la excusa de salir a entrenar, me vestí con las braguitas atléticas de «Olga» que aún atesoraba. Por encima un short masculino y el chándal.

Mi pulso estremecía todo mi cuerpo cuando llame a la puerta de Amber. Me abrió y en el primer vistazo Amber no supo como calibrarme. ¿Qué hacia un chico «bien» en prendas deportivas llamando a su casa? Me dejo pasar con la intención de asustarme y montarme un escandalillo. Amber era rubia, muy alta, sus pechos destacaban. Me recibió en un salto de cama por el que asomaba su pene flácido. Quería asustarme. Quería provocarme. Quiso saber como me llamaba y que experiencia tenía. Cuando descubrió como mis manos nerviosas bajaban el chándal y bajaban el short masculino… se sorprendió. Sonrío y me pregunto por «segunda vez» mi nombre.

«Me llamo Mara».

«Si esto no es una broma… eres bienvenida». Su lengua entro en mi boca y recorrió con su saliva todo mi rostro. «Puedo hacerte una mujercita».

Ante su acoso notaba mis nervios y mi excitación. Solo sabía asentir y gemir. Asentir y gemir. Mi pene escondido entre las piernas asomaba por el borde del short. Su polla que superaba «cualquier expectativa» buscaba el contacto con mi piel. Buscaba mi boca. «Traga Mara».

Ser una niña. Desear secretamente ser forzada. Oler la salazón de una polla enorme que humillaba todo mi rostro. Abrir mis piernas y abrazar como mujer las acometidas de otra persona. Y a la vez sentir la martilleante acusación de maricona de todos aquellos chicos, de su crueldad y deprecio.

Encontrar el sueño, el descanso y el placer fundían cualquier supuesta acusación. Oler como mujer y moverme como se esparaba, anulaban las acusaciones y reproches. Amber mordía mis pezones y yo buscaba como darle más. Sentí la habilidad de sus dedos explorando mi esfínter. Me aterraba romper el último tabú y a la vez me atraía abrime a su potencia. Mis manos apenas abarcaban un miembro grueso y poderoso. Sentí su salivazo en mi esfínter y la hábil maniobra para embocar el prepucio en mi coño. Aquello era mi coño. «Ábrete bien». Algo debió desgarrarse pero mis gritos y las embestidas de Amber afloraban en mí un deseo tantas veces anhelados. Me sentía Mara. Mi pene enhiesto a más no poder atestiguaba las oleadas de placer que recibía. En mi pecho gotas de sudor de Amber resbalaban sobre mis aureolas. Su embestida me arrinconaba contra el cabecero de una cama a la que no supe como habíamos llegado. Me corría agotada. Poderosa, mi amante saco su miembro y agitándolo con frenesí se unió en mi corrida. Me arrojo unos Klenex, «límpiate niña».

Casi sin interrupción me ofreció un cigarro mentolado. Quiso saber mi historia. Por mi edad no podía ayudarme mucho. Alguna tarde podría visitarla y enseñarme trucos de mujer. Algún sábado podíamos jugar a vestirme y aprender a contonearme. El sábado siguiente tras la comida podía volver.

El sábado siguiente Amber me recibió con unos vaqueros ajustados y un jersey holgado. Cuando llegue estaba comiendo. Me pidió que me desnudara mientras ella terminaba. Al desnudarme me quede con unas braguitas blancas que había comprado en una lencería de barrio. Amber sonreía irónica. «Dúchate».

Me acerque a su dormitorio. Apenas lo reconocía. En la cama, reposaban unos leggins estrechos de estilo pirata, un cinturón pirata de piel ancho, una camisola blanca con el escote anudado, una cazadora vaquera de corte alto. A los pies unas botas de tacón de media caña. Junto a la almohada un tanga de raso blanco. Me duche. Al salir del baño Amber me esperaba. «Si te gustan, puedes quedártelos y ya veremos como pagarlos». Me quede confundida. «Nadie nos regala nada, Mara…Siéntate que te seque el pelo».

Amber, empezó a secarme el pelo y a interrogarme de un modo profesional, que cosas sabía hacer. Se sonreía ante mi ignorancia. No quería que me viese en el espejo. Yo sentí mi peinado distinto. «Vístete». Temblaba mientras me vestía al completo. Ajustar la polla juguetona entre las piernas y el tanga no fue fácil. Las botas, de mi número me acercaban el deseo. Amber saco una caja de maquillaje. «Quédate quieta y escucha».

Nociones básicas de maquillaje. Cuando termino, Amber estudió mi rostro. «Levántate». Apretó un par de agujeros mi cinturón. Sentía la carne apretarse. «Mírate».

No me reconocí en el espejo. Me encontré con una de las «putillas» de instituto de las que los chicos se reían y calibraban su culo. Los tacones estilizaban unas piernas que los leggins dibujaban muy femeninas. El cinturón remataba la sensación de un trasero respingan y unas caderas pronunciadas. La cazadora disimulaba la ausencia de pecho. El pelo ahuecado y con volumen, la sombra de ojos acentuando la claridad de los ojos, el rimel contornándolos. La sombra en las mejillas y un intenso rojo carmín en los labios. El pene reventaba por salir de entre las piernas.

«Acércate al cuarto de estar». Sobre la mesilla, Amber había dejado una colección de fotos de hombres fallándose, y hombre follando travestís. Alguna foto de chica y de famosas desnudas.

Amber se había quitado los pantalones. Meneaba flácida su polla sobre las florecillas blancas de una braguita de color crema. «Has de aprender a mamarla». «Quiero que apruebas a mamarla hasta que duela». «Si te gustas y quieres ser mujer, difícilmente dejaras de ser puta». Me lo decía muy seria. «Tenlo claro, hay pocas salidas para lo que buscas».

Yo apenas escuchaba y asentía, me miraba en el espejo de reojo, miraba las fotos, miraba la polla. Amber lo sabía. «Chupa». Me acerque a su prepucio y olí. Bese el glande, sudor y semen. Su mano jugueteaba con su glande restregándolo por el rostro. El deseo también le llegaba a ella. «Chupa nena». Quise quitarme la cazadora. «Quédate vestida». «Chupa nena, chupa Mara». Mi pene reventaba en los leggins. «No te toques y chupa». Trague. «Usa la lengua». Apenas la roce y sentí su sangre hinchar el miembro. Empecé a mecer mi boca. Sin esperarlo, Amber saco su miembro enhiesto, agito rápida y salvaje su polla, yo no retire mi cara. Me cogío del pelo. Trague nuevamente su pene y una oleada de semen inundo mi lengua. Quise retirarme pero Amber aguantaba mi cabeza contra su polla. «Traga puta, traga».

El semen se escapaba por mi comisura. Amber recogió con dedo unas gotas pegajosas y se lo lamió con lujuria e ironía. «Esto puede ser tu vida». Me sentí humillada, y me sentí poderosa. Amber lo reconoció, «serás putilla… serás tonta». Me beso en los labios con ternura. «Tomemos un café hermanita».

Continuara….


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