Solo lograría entenderlo años después, pero el caso es que no fue culpa suya. M solo fue el detonante definitivo. Con la perspectiva actual y con más de un año de psicoanálisis a mis espaldas, puedo recordar todos los eslabones previos. Recuerdo como antes ya me escapaba furtivamente a comprar una revista de fetiches para regresar al piso de estudiantes que compartíamos con su hermana, Su, y una amiga, Eva, y como me encerraba en el baño para masturbarme enfebrecidamente.
Recuerdo como me situaba cerca de los podios en que bailaban las chicas en las discotecas, con mi cabeza a la altura de sus pies, y como deslizaba la mano para entrar sutilmente en contacto con ellos mientras se me aceleraba el pulso con un impulso casi irrefrenable de besarlos. Pero sobretodo, recuerdo el deseo, la palpitación siempre presente y siempre ahogada por la timidez o la inseguridad -en el colegio, el instituto-. Así que es evidente que todo viene de antes.
Ahora casi me da risa pensar como, en lugar de follármela, en la cama le ofrecía mi penecito para que se masturbara con él. También recuerdo que en el piso de estudiantes aprovechaba su ausencia y las de las chicas para entrar en la habitación de Eva para oler sus botas y tal vez, con suerte, unas braguitas usadas que oler y lamer.
Botas, sí. Una noche, Eva estaba tan sexy con sus botas y sus jeans apretados que no pude evitar empezar un juego que después se repitió a menudo. Me tumbaba un su cama en medio de risas y les decía -a Eva y a la hermana de M.- que si querían dormir tendrían que sacarme a la fuerza. M me lo consentía. Y entonces empezaba el juego de niños de agarrones, cosquillas, pellizcos, golpes de cojín. Se sentaban sobre mí y botaban coquetamente. Años después, M. me contó que sabían que me encerraba en el baño a masturbarme con la cabeza llena de fetiches y mujeres dominantes. Entonces tomó mayor sentido alguna dulce amenaza que brotaba en la fase final de aquellos juegos: «X. si no te levantas ya te juro que te clavaré los tacones de las botas» entre risitas.
Botas, sí. No sé si son ya mi principal fetiche, pero están en el origen de todo, porque en el último recoveco de la memoria, me recuerdo siendo muy niño abrazado con todas mis fuerzas a las botas de ante de mamá, intentando impedir que se marchara.
Así que es evidente que ella solo fue el detonante definitivo, lo que hacía imposible la marcha atrás.
Nos conocimos en un día de carnaval. Ella iba con sus amigas -último año de instituto- y habían escogido disfrazarse de la Muerte en una interpretación a lo femme fatale . Yo, universitario de primer año, iba con mi antiguo profesor de filosofía del instituto, con el que nos habíamos hecho amigos. Nos las encontramos y estuvimos charlando un rato. Después, fue él quien me dijo que no fuera estúpido y fuera a por ella: «Haz el favor, es la chica más guapa que he visto en años, y lleva toda la noche mirándote».
Lo hice. Y sí, la seduje. Ahora parece mentira, pero aquellos fueron los años buenos. Al fin y al cabo, y a pesar de todo lo dicho, yo había aprendido a disimular muy bien mi condición profunda -incluso delante de mí mismo-. Y es que yo también llevaba un esplendido disfraz. Digamos que por accidente yo era el nuevo chico guapo de la facultad, el estudiante brillante demasiado leído para mi edad, amigo de los profes progres y de los estudiantes mayores que conocían los entresijos de los barrios más canallas. Joven promesa de rock (sí, eso hacían los chicos que eran como supuestamente era yo) y modales exquisitos: «Suaviter in modo, fortiter in re», me decía siempre el catedrático con cariño. Y, claro, ella se enamoró. Y es que yo con 20 años- además de que no era del todo gilipollas- podía llevarla de novia del cantante al concierto del viernes, y cocinarle una lubina salvaje el sábado por la noche antes de salir o ir a la playa a besarnos como bobos. Como decía Gil de Biedma, «por la noche las más bellas sonríen al fiero de los vencedores». De eso iba disfrazado yo.
Así fueron los dos primeros años. Pero poco a poco se impuso la realidad. Lo que viene ya lo he contado: las revistas, los podios, las braguitas de Eva, mi puntita contra su clítoris…

A sus pies… rt

Ama Bentley Latex Rojo 9 - copia

 

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