La cena transcurrió agradablemente. Yo estaba encantado. Me dejó hablar. Con el vino me desinhibí un poco y se fue relajando la intimidación que sentía ante esa belleza y ese carácter seductor y dominante. Hablar se me da bien. Así me gano la vida. Y me sentí fortalecido por los conocimientos que pude mostrar sobre gastronomía cuando escogí el pescado y el vino. También contribuyó el trato que me dispensaban en el restaurante, muy atento y correcto, pero con un punto de familiaridad, puesto que ya me conocían y sabían que entiendo del tema. Durante una hora llegué a olvidar que aquella no era un cita más. Apuramos las copas y pedimos cafés -los dos café solo sin azúcar. Después, a los dos nos apeteció tomar un «Lagavulin 16». Con el whisky llegó la vuelta de tuerca.
-Imagino que te gustaría follarme, no te sonrojes, eso es lo normal. -Con ese comentario enmudecí. Y ella prosiguió-. Pero en el fondo, en lo que estás pensando es en algo más. En el fondo tú sabes que no me vas a poder retener follando…tú no eres un follador, no has nacido para follar.
-Bueno, María, yo…verás, no sé decirte ahora lo que quiero, humm…claro que me gustaría acostarme contigo…el caso es -ahí me interrumpió sin vacilar.
– Deja de decir chorradas- soltó tajantemente. -Tú quieres pero sabes que de ese modo no voy a ser para ti. Y que sea tuya es lo que más deseas en este mundo…una mujer como yo. Y ya, ya sé que te mata el morbo porque yo no soy la clase de chica que te está predestinada. Pero es lo que deseas por encima de todo. Una chica como yo, con mi ropa, mis zapatos y perfumes, que te tenga cachondo todo el día y que te sepa llevar.
¡Virgen Santísima! Era tan directa. Y era tan cierto lo que decía. No supe intervenir. Ella continuó:
– A ti te gustaría que fuera tu novia ¿verdad? -musité un tímido «sí». -Yo no soy la chica que todos esperan para ti. Sabes que yo no soy culta, pero sabes que no soy tonta. Y te gusto. Y tú me gustas. Tu eres el novio que yo quiero y te voy a hacer mío. Cuando te digo que eres un cobarde es porque tú no eres un macho como los de ahí donde yo vengo, pero sé que eres listo para entender lo que te digo…mira, estoy siendo muy honesta contigo. Si yo quiero vas a ser mío, aunque sabes que eso no gustará, pero sobretodo, sabes que te voy a dañar, que te lastimarás…aunque supongo que eso es lo que quieres y mereces. Tú vas a ser mío y me vas a dar todo eso que yo no tengo. Y tú tendrás eso que deseas más que nada en el mundo.
Y efectivamente el mundo desapareció a mi alrededor. Sus palabras eran como un sueño. El rey por fin iba desnudo. Me inquieté a la vez que sentí una emoción profunda que nacía de mi estómago y de lo mas insondable de mi alma. Entonces, sin mediar más palabras, levantó grácilmente el brazo por encima de la mesa y extendió la mano hacia mí para que se la recogiera y la besara… ¡Ay, mi Reina!
Seguidamente, dio otro sorbo al malta y levantándose dijo: «Vámonos».
Vi como el maître acudía rápidamente a la entrada para abrirle la puerta. Ella ya estaba en la calle cuando yo pagaba la cuenta. A través de los cristales la observé avanzando unos pasitos sobre sus tacones hacia el muelle y al detenerse se quedó mirando los reflejos de las luces en el mar oscuro por entre el balanceo de los barcos amarrados. Salí y me mantuve a una distancia prudente. Encendió un cigarrillo que inhalo con hondas inspiraciones. Espere un poco y me acerqué para ofrecerle mi brazo -no es fácil andar con tacones sobre el suelo adoquinado-. Sin volverse, hizo que no con un gesto mínimo de cabeza… retrocedí y mientras yo paraba un taxi, tiró el cigarrillo y lo apagó con la punta de su bota.
Ya en el interior, le indicó al taxista la misma dirección que yo ya conocía y después se acomodó más cerca de mí y reclinó un poco la nuca hacia atrás. Se había hecho tarde. Casi no circulaban vehículos y las luces de las farolas saeteaban la tapicería y nuestros rostros sumergidos en el claroscuro. Avanzábamos rápido. Entonces, entornó el cuello y acercó su cara para detenerla a pocos centímetros de la mía. Expresaba seriedad. Me miró durante unos segundos a los ojos desde esas largas pestañas que vadeaban el océano de sus pupilas. Cuando ya buceaba hipnotizado en ellos, me besó. Un beso breve. Muy breve… pero carnoso y húmedo, que se alargó un instante porque pude notar como su labio superior se despegaba de los míos como si aquello sucediera a cámara lenta. Noté el sabor de su carmín mezclado con la humedad de la saliva. No pude controlar la erección. Ella se percató y de nuevo se limitó a mostrar ese esbozo de sonrisa suya, lo que me excitó aún más porque era como obtener su consentimiento. Le brindaba mi sometimiento y, a cambio, ella se mostraba benevolente tras infringirme un derrota…ummm… Ese esbozo de sonrisa suya, como de quien entiende las leyes del universo y nada le pilla desprevenido, pensé. La verdad, yo no sé si eso que sentí es amor, pero sé que se le parece mucho y si no lo es, es algo mejor.
Nos acercábamos al destino. El taxi giró a la izquierda. Solo dos travesías hasta la esquina de mis desvelos. Supuse que la noche acabaría en el taxi. Intenté fijar la atención en todos los detalles para retener aquel momento y ¡ya!… el taxi se detuvo. Volvió a mírame. De nuevo interpuso unos segundos de silencio antes de murmurar con suavidad pero de modo imperativo: «Sígueme».
Salí para abrirle la puerta. Esta vez, al bajarse, sí me agarró del brazo y así llegamos frente a su portal. Era un edificio elegante. Abrió la puerta y nos adentramos en el vestíbulo sin encender la luz. Me guió hasta el ascensor, 4º piso. Al cerrarse las puertas se apretó un poco contra mí. Puede sentir su aliento resbalando sobre mis párpados entrecerrados, acariciándome como una brisa incipiente el lóbulo de la oreja, deslizándose por la raíz del pelo de mi nuca y erizándolo. A cada respiración suya, su vientre rozaba ligeramente al mío. Empezó a ladear la cabeza lentamente de un lado para otro pasando la cara y el pelo frente a la mía sin apenas acabar de tocármela. Cuando el ascensor se detuvo ya había acompasado mi respiración a la suya. Me apartó con una caricia en el pecho y salió en dirección a su piso. Yo detrás, mirando sus caderas y su culo apretado en el vestido. Mi pene se estiró más y me dolía como consecuencia de tanto ir y venir, y de tantos días tocándome sin eyacular.
Al entrar en el piso, abrió una luz lateral y se encaminó directa al sofá, pero no me invitó a sentarme. «Sirve un par de copas. El mueble bar está justo ahí enfrente». Había una botella de Glenrothes junto a unos vasos de vidrio grueso. Volví hacia ella, pero cuando le entregué el vaso, añadió: «Quítame las botas y déjalas aquí al lado». Me senté en el suelo a sus pies y se las quité con delicadeza. Supongo que lo advirtió, igual que debió notar que aprovechaba para acariciar el cuero de la caña.
-¿Te gustaría olerlas por dentro, verdad? ¡Pues hazlo!
No lo pensé. Como la cremallera estaba del todo abierta puede meter la nariz hasta el fondo.
-Ese olor te mata, ¿eh?
No pude contestar. Tenía los labios reposando sobre el cuero de las plantas y empecé a besarlas fervorosamente hasta que no puede evitar sacar la lengua y extenderla por toda la superficie. Eso la hizo reír abiertamente.
– Ahora tomate un trago de whiskey -inquirió. Me embriagué totalmente con el maridaje del cuero, el sudor y su perfume retenido en la porosidad de las botas, y el ahumado y salitre del malta. Entonces ella lo envolvió todo con una bocanada de cigarrillo en mi cara. El humo me subió por las fosas nasales y al alcanzar mi cerebro, me derrumbé. Literalmente. Me derrumbé de éxtasis y me dejé caer al suelo, dejando reposar mi mejilla sobre sus delicados y pequeños pies.
-¿Te ha gustado eso, verdad? Pues probarás manjares aún más exquisitos a mi lado-. Esa frase se quedó como flotando en mi cabeza y ahí estaría, arremolinándose durante varios días, aunque en ese momento no me detuve de pleno en su sentido.
Estando en ese posición de vulnerabilidad, me dijo: -Así que quieres ser mi novio. Bien. Pero antes de eso, y desde luego antes de meter tu pilila en mi coñito de Diosa, vas a tener que demostrarme cuánto lo deseas y qué estás dispuesto a hacer por mí. Al fin y al cabo, parece que nos hemos encontrado el uno al otro, pero en realidad casi no nos conocemos, y yo no follo a la primera de cambio si no es en el club, o bien, con un hombre potente de verdad que me haga temblar las piernas.
Yo seguía sin levantar la mejilla del arco de sus pies, con mi boca rozando las comisuras de sus deditos. Solo oía su voz y solo veía la manicura francesa de las uñas de sus pies:
-Lo primero que quiero que hagas es demostrarme que eres capaz de seguir reteniéndote. Así podré ver si hay algo de autocontrol en ti. Además de que estarás haciendo un sacrificio por mí. A una novia se la cuida y consiente, y debo asegurarme de que tú sabrás hacerlo.
Se levantó del sofá y me alcanzó el vaso para que yo se lo sostuviera. Luego se inclinó un poco para meterse las manos por debajo de la falda del vestido y yo me quedé mirando cómo se quitaba las braguitas. Eran diminutas. Negras y de encaje sencillo.
-Tómalas. Ahora te irás con ellas. Son un regalo estupendo que te entrego por una semana. Pasados esos días deberás devolvérmelas bien limpias y planchadas, porque la verdad es que lo necesitan. Son las que he llevado en el club esta tarde y con ellas puestas me he follado a un par de estúpidos ejecutivos, pero también a otro que sabía lo que se hacía. No están sucias de ellos, pero yo las he mojado de lo lindo. ¡Joder, solo de pensar en cómo me la metía vuelvo a mojarme entera! -yo únicamente acerté a decir «¡María!» con la voz ahogada. – Venga, no me seas estúpido, espero no haberme equivocado contigo… El caso es que quiero que duermas con ellas todas las noches y las huelas bien. Sé que no podrás remediar lamer mi flujo y mi corrida como has hecho con las plantillas de mis botas, pero te prohíbo que te corras…puedes tocarte, mi nene, pero prohibido correrse…demuéstrame de este modo que me aprecias y luego podrás tenerme.
-Te prometo que no lo haré, María»- le dije firmemente convencido de mis palabras.
-Eso ya lo veremos. No te apresures. Pero en todo caso, si ocurre algo que no debería, quiero que me lo confieses. ¿Queda claro?
Quedó clarísimo. Esa noche, cuando me metí en la cama empecé a lamerlas desesperadamente y a mastúrbame oliéndolas. El algodón de la entrepierna aún estaba húmedo ¡Dios! Comprendí que sería incapaz de resistirme, así que me até los testículos con el cordón de repuesto de unos zapatos, a la vez que intenté ir bajando el ritmo de mi masturbación hasta que pude dejar de tocarme. De esta manera me quedé dormido. A pesar de eso, eyaculé en sueños como un preadolescente. Por la mañana me levanté con los calzoncillos empapados y desde la cama le escribí un mensaje explicándole lo que me había pasado. (Continuará…)
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